Posted in Cuentos

La leyenda del Crisantemo

(Cristina Rodriguez Lomba)

Hace muchos años, en un pueblecito del lejano Japón, vivía un humilde matrimonio con su pequeño hijo. Los tres formaban una familia feliz hasta que un día el niño cayó enfermo. Todas las mañanas se levantaba ardiendo de fiebre y con la carita pálida como la luna en invierno, pero nadie sabía qué le pasaba ni cuál era el origen de sus males.
Los padres probaron todo tipo de pócimas y mejunjes, pero ninguno de los tratamientos surtió efecto y el chiquillo no hacía más que empeorar. Desesperados, pensaron que solo les quedaba una oportunidad: visitar al anciano de barbas blancas que vivía en el bosque.
Según se contaba por toda la región no había hombre más sabio que él. Conocía todas las hierbas medicinales y los remedios para cada enfermedad por rara que fuera ¡Quizá pudiera curar a su hijo!
– Querido, tenemos que intentarlo! Quédate con el niño mientras yo voy a pedir ayuda al anciano del bosque ¡Solo él puede salvar a nuestro chiquitín!
Derramando lágrimas como gotas de lluvia, la madre se puso una capa de lana y se adentró entre la maleza. Caminó durante una hora hasta que por fin divisó una cabaña de madera rodeada por un cercado. Se acercó a la entrada, llamó a la puerta con el puño y un hombre muy arrugado con barba blanca hasta la cintura salió a recibirla.
– Qué buscas por aquí, mujer?
– Perdone que le moleste pero necesito su ayuda!
– No te preocupes; percibo angustia en tus ojos y en tu voz… ¡Pasa y cuéntemelo todo!
La mujer entró y se acomodó en un sencillo banco construido con un tronco. Con el corazón encogido y los ojos hinchados de tanto llorar, explicó al anciano el motivo de su visita.
– Señor, mi hijo de dos años está muy grave. Hace días que enfermó y no conseguimos bajarle la temperatura ¡Tiene muchísima fiebre y el rostro blanco como el mármol! No come nada y cada día está más débil. Si no encontramos una cura para él me temo que…
– Lo siento, lo siento muchísimo…. Voy a ser muy sincero contigo: no conozco el remedio para la enfermedad de tu hijo, pero puedo decirte cuántos días va a vivir.
– Cómo dice? ¡¿Y sin son pocos?! …¡No sé si quiero saberlo!
– No pierdas la esperanza… ¡Nunca se sabe!
El anciano la miró con ternura y continuó hablando:
– Escúchame con atención: ve al bosque y busca una planta que da unas flores amarillas llamadas crisantemos. Elige una de esas flores, córtala y cuenta los pétalos; el resultado que obtengas será el número de días que va a vivir tu pequeño, o lo que es lo mismo, sabrás si se va a curar o no.
La madre, rota de dolor, echó a correr en busca de la planta que el anciano le había indicado. No tardó mucho en encontrar un arbusto cubierto de preciosas flores amarillas. Se acercó, arrancó una flor y contó sus pétalos.
– Oh, no, no puede ser! Sólo tiene cuatro pétalos… ¡Eso significa que solo va a vivir cuatro días más!
Se derrumbó sobre el suelo y gritó con amargura durante un largo rato para desahogarse, pero no se resignó a ese cruel destino. Decidida a alargar la vida de su hijo por muchos años trató de calmarse, se sentó en una piedra y, con mucha delicadeza, comenzó a rasgar los pétalos del crisantemo en finísimas tiras hasta que cada uno quedó dividido en miles de partes.
Cuando terminó, regresó a la cabaña del anciano y le mostró la flor. El hombre, con mucha paciencia, se puso a contar los pétalos, pero eran infinitos y le resultó imposible.
Se atusó su larga barba blanca, suspiró y miró a la mujer con una sonrisa.
– Tengo buenas noticias para ti. Esta flor tiene miles y miles de pétalos, y eso significa que tu hijito vivirá muchísimos años. Seguro que se casará y tendrá y muchos hijos y muchos nietos, ya lo verás. Ahora, regresa junto a él y confía en su recuperación.
– Mil gracias, señor! Jamás olvidaré lo que ha hecho por mí y por mi familia.
La mujer, desbordante de felicidad, volvió a casa y entró en el cuarto de su hijo. El chiquitín ya no estaba inmóvil en la cama, sino sentado sobre unos almohadones, sonriente y comiendo un plato de sopa ¡Se estaba recuperando!
Pocos días después, el color sonrosado de sus mejillas indicó que había sanado por completo.
Cuenta la leyenda que desde entonces los crisantemos ya no tienen cuatro pétalos sino muchísimos, tantos que nadie es capaz de contarlos todos ¡Puedes comprobarlo cuando veas uno!

Advertisement
Posted in Cuentos

Los 3 Ancianos

(Cristina Rodriguez Lomba)
Una cálida tarde de verano, cuando estaba a punto de ponerse el sol, una mujer salió al jardín de su casa con una gran jarra de agua entre las manos para regar las flores ¡Adoraba las plantas y nada le gustaba más que cuidarlas con esmero!Mientras contemplaba sus hermosas begonias observó que tres ancianos de barba blanca como la nieve traspasaban la valla de su propiedad y se sentaban sobre la hierba. Extrañada, dejó la jarra sobre el banco de piedra que tenía en la entrada y se acercó a hablar con ellos.
– Buenas tardes, caballeros. No les conozco… ¿Son nuestros nuevos vecinos?
Uno de los ancianos, el que estaba sentado a su derecha, se apresuró a responder:
– No, señora, no somos de por aquí.
La mujer se dio cuenta de que eran muy viejitos y que además parecían cansados y hambrientos. Generosamente, les animó a entrar.
– Me da la sensación de que tienen apetito y me gustaría invitarles a probar el estofado que acabo de preparar. Mi marido y yo estaremos encantados de compartir nuestra humilde mesa con ustedes.
Los ancianos se miraron y el que estaba sentado a la izquierda tomó la palabra.
– Es usted muy amable pero no podemos ser invitados a una casa los tres juntos.
La mujer se quedó estupefacta.
– Perdone pero no entiendo lo que me dice ¿Qué quieren decir con que no pueden entrar los tres juntos? Mi casa no es muy grande pero hay sitio para todos.
El tercer anciano, situado en medio de los otros dos, sonrió y se lo explicó todo.
– Mi nombre es Riqueza y vengo a traerles toda la fortuna que se pueda imaginar. Mi compañero de la derecha se llama Éxito y viene cargado de fama y honores. El que está sentado a mi izquierda se llama Amor y quiere regalarles afecto y ternura a raudales.
Por un momento la mujer pensó que esos tipos tan extraños le estaban tomando el pelo pero antes de que pudiera decir nada, Riqueza siguió hablando.
– Solo uno de nosotros podrá cenar con ustedes, pues debe elegir entre la riqueza, el éxito o el amor. No se preocupe, esperaremos aquí mientras lo decide con su familia.
La mujer asintió con la cabeza y entró corriendo en la casa. Su esposo estaba tumbado en la cama, muy concentrado en la lectura del libro que tenía entre las manos; su hija, una linda niña de diez años, sentadita sobre el suelo de madera peinaba a su muñeca favorita.
– ¡Escuchadme, por favor, tengo algo urgente que contaros!
Los dos la miraron intrigados y ella relató palabra por palabra la conversación que acababa de tener con los ancianos de barba blanca. Cuando terminó, su marido pensó que todo era muy raro.
– ¡Tranquilízate, cariño! ¿No se tratará de una broma?
– No, no, te aseguro que dicen la verdad ¡Sé reconocer cuando alguien miente descaradamente y estos tres caballeros parecen muy sinceros!
– Bueno, vamos a suponer que tienes razón. Si es cierto lo que cuentan ¡estamos ante una oportunidad increíble que no podemos desaprovechar!
– Sí, sí que lo es ¡pero tenemos que darnos prisa y decidir ya a cuál de los tres invitamos a cenar!
El hombre empezó a pasear de un lado a otro más nervioso que una lagartija dentro de una caja de zapatos.
– Creo que debemos elegir a Riqueza… ¿Te imaginas lo que sería ser ricos para siempre? ¡Tendríamos de todo y viviríamos como reyes!
La esposa negó con la cabeza.
– ¡Uy, no sé, no sé!… No lo tengo nada claro ¿No sería mejor invitar a Éxito? Seríamos admirados por todo el mundo y la gente nos trataría de manera especial ¡Siempre he deseado ser una persona famosa e importante!
La niña, que escuchaba atentamente la conversación, los miró con incredulidad y expresó su más sincera opinión.
– Papá, mamá, no os entiendo! Lo más importante de la vida es el amor y es a Amor a quien debemos invitar a cenar.
Los padres se quedaron callados y se sintieron profundamente avergonzados. La madre se agachó y acariciándole la carita, le dijo:
– Tienes razón, cariño mío, el amor es lo que tiene más valor.
El padre también se puso a su altura y reconoció su equivocación.
– Ay, hija mía, qué bien hablas y qué bien razonas! ¡Ahora mismo salgo a comunicarles nuestra decisión!
Descalzo como estaba salió al jardín y vio a los tres ancianos esperando en silencio, tal y como habían prometido.
– Señores, nos gustaría muchísimo que pasaran los tres, pero como solo podemos escoger a uno hemos decidido que con mucho gusto invitamos a Amor. Si es tan amable, acompáñeme, por favor.
Amor, el anciano con más cara de bonachón, se acercó a él y juntos caminaron sobre la hierba. Entraron en la casa y la mujer le indicó que se sentara a la mesa.
– Es un placer tenerle con nosotros, señor Amor.
El anciano sonrió y tomó asiento. En ese mismo instante, los otros dos se presentaron en el comedor. La familia se miró desconcertada y la mujer se acercó a ellos con amabilidad.
– Pasen, por favor, están en su casa. Estamos felices de que también se unan a la cena pero me gustaría saber por qué al final los tres aceptan nuestra invitación. Nos hicieron escoger a uno y decidimos que fuera Amor… ¡Perdonen, pero la verdad es que no entiendo nada!
El señor Amor miró a la niña que estaba sentada a su lado, le guiñó un ojo, y resolvió el misterio.
– Verá, buena mujer, todo tiene una fácil explicación: si hubiera escogido el éxito o la riqueza los otros dos nos habríamos quedado afuera, pero me han elegido a mí, y a donde yo voy ellos van, pues donde hay amor, siempre hay éxito y riqueza.
Ahora todo estaba aclarado! El matrimonio entendió que vivir rodeados de amor es lo que realmente da la felicidad completa. Gracias a su maravillosa hija habían elegido bien, pues el amor les traería también éxito y riqueza en la vida.
Los seis se dieron un cálido abrazo y después compartieron el aromático estofado casero, que por cierto, estaba para chuparse los dedos.